Bitácora: Invierno de pandemia [2020]

Calle de Buenos Aires vista desde un automóvil

Salí de casa en la pandemia. Salí a buscar comida como en película hollywoodense donde acaba la humanidad. Caminé al Subte y el silencio lo domina todo. Ya nadie habla, ni escucha música en volumen alto. Nadie canta ni toca instrumentos musicales. Nadie te pisa ni te quiere pasar, ni te vende alfajores en cada parada. Todos sospechan de todos, todos huelen a alcohol recién rociado, todos se pierden entre máscaras con distanciamiento de abrigos polares. Es casi un delito tener humanidad, hay policías en cada torniquete, piden tu permiso para caminar y chequean tu identificación tratando de verte a los ojos. Sueño que salgo a la calle y no consigo agua para lavarme las manos, que pierdo por totalidad mi empleo, que pierdo el tapabocas. Sueño también, con todas las casas que he habitado con cariño, con la promesa que quiero ser para no volver con el rabo entre las piernas. Es el invierno más triste hasta el momento (cuento tres). Todas las mañanas el rezo de la vecina beata llama al Señor. Van ochenta y un días culpables de nacer con los ojos abiertos, culpables con las manos viradas al cielo, culpables de comer lo que no debimos y de gastar lo que no teníamos. Si es suficiente el mundo, no faltarían aplausos ni buena vecindad, ni buscaríamos restos en las miserias de otros rogando una salvación.

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